REVOLUCIONES

Luces y sombras de las pulsiones libertadora e igualitaria en América Latina

• Introducción. Las revoluciones independentistas
hispanoamericanas (1808-1825)
• La Revolución haitiana (1791-1804)
• La Revolución mexicana (1910-1920)
• La Revolución de Guatemala (1944-1954)
• La Revolución boliviana (1952-1964)
• La Revolución cubana (1956 al presente)
• La Revolución Sandinista (1979-1990)
• La Revolución bolivariana (1998 al presente)

BREVE DESCRIPCIÓN DEL SEMINARIO
América Latina, junto con el África negra, es una de las regiones más desiguales del mundo. Varios especialistas han rastreado el linaje de este drama latinoamericano y han encontrado su raíz en las estructuras políticas, económicas y sociales que impusieron los colonizadores europeos, así como en el «ethos» —entendido como mentalidad y costumbre— que aquí implantaron. Por eso no es extraño que esta sea una tierra fértil en movimientos libertadores y revolucionarios. La opresión y la injusticia —y qué duda cabe, en América Latina ambas han abundado—
son el combustible de la pulsión humana por la libertad y la igualdad. Lo
decía José Hernández en boca de Martín Fierro: «tiene el gaucho que aguantar /
hasta que lo trague el hoyo, / o hasta que venga algún criollo / en esta tierra a mandar».
O como, en un tono más moderado y reformista, lo expresaba el presidente John
Kennedy refiriéndose a Latinoamérica: «los que hacen imposible una revolución pacífica
harán inevitable una revolución violenta».
Ahora bien, los movimientos libertadores y revolucionarios latinoamericanos,
¿han alumbrado ese mundo con el que soñaban? ¿han forjado esas sociedades
libres, igualitarias, armónicas y prósperas que prometían? Salvo que nos identifiquemos
ideológicamente con el polo revolucionario, las evidencias sugieren que
lamentablemente ese no ha sido el caso. Es que en la pulsión revolucionaria por
la libertad y la igualdad parecieran coexistir —y esto es lo paradójico, y a la vez
dramático— tanto elementos liberadores como opresivos. A las revoluciones y
los revolucionarios les fascina representarse y presentarse a sí mismos como libertadores,
pero un mínimo análisis histórico lo más desapasionado posible desnuda
que las revoluciones y los revolucionarios en América Latina han liberado
a la par que han sometido.
¿Por qué? ¿Será que los latinoamericanos somos intensos y apasionados, modelados
con una resistencia genética a la moderación que nos empuja siempre
hacia los extremos? ¿O tal vez se deba a que somos un pueblo pródigo en engendrar
caudillos a los que seguimos con una fe casi mítica y religiosa? ¿Es posible
que nuestra colonización, que unificó el principio espiritual con el terrenal, haya
derivado en una cultura unanimista que dificulte el ejercicio del pluralismo, el
reconocimiento a lo diferente, la tolerancia, la diversidad y la auténtica democracia?
¿O será que los dolores, miserias y cadenas incitaron a nuestros pueblos a
proyectar una idílica imagen de salvación, encarnando el arquetipo cristiano del
salvador, de esa matriz espiritual tan latinoamericana, en «redentores» seculares?
¿Acaso no fueron el «Che» Guevara, Fidel Castro, Juan Domingo Perón, Evita o
Hugo Chávez, redentores? Para completar el cuadro, las elites latinoamericanas
y las clase medias que las remedaron, con su miope, estrecha y jerárquica concepción
de las relaciones sociales y los injustos órdenes sociales que de ella crearon
¿no empujaron nuestros pueblos a las manos de estos redentores? ¿O quizás en
lugar de un pueblo latinoamericano existan varios, pero las revoluciones se han
llevado adelante en nombre de uno solo, de una pretendida entidad monolítica,
uniforme, esencial, un ser casi metafísico al que han apelado varios gobiernos
revolucionarios que no han vacilado en aplicar soluciones autoritarias para protegerlo?
Posiblemente todo lo anterior sea cierto, en algún grado. No obstante, hay
algo en la dimensión humana, más allá de lo latinoamericano, que torna complejo
el devenir de las revoluciones. Decía el célebre antropólogo Claude Lévi-Strauss
que «nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política». Y las neurociencias
parecen haberle dado la razón, desde que han descubierto que nuestros
procesos mentales y cerebrales están mucho más influenciados por las emociones
de lo que creemos. Y tanto más cuando nos identificamos emocionalmente con
un sistema de ideas al que adoptamos como parte de nuestra identidad. Desde los
albores del pensamiento, pero con la modernidad en particular, los seres humanos
hemos entretejido una red de ideologías, creencias o doctrinas para interpretar
el mundo y transformarlo. Y nos hemos enredado en ella. Todos los «ismos»
modernos (derecha, izquierda, capitalismo, liberalismo, socialismo, comunismo,
anarquismo, conservadurismo, progresismo, nacionalismo, fascismo, populismo,
neoliberalismo, feminismo, ecologismo y un largo etcétera) son parte de un
juego: defender «mi» territorio simbólico, «mi» visión del mundo, y no tanto comprender
nuestro mundo, integrando visiones diferentes a la «mía». Cuando nos
identificamos con un sistema de ideas, exageramos sus luces y negamos o minimizamos
sus sombras. Cuando rechazamos un sistema de ideas, negamos o minimizamos
sus luces y exageramos sus sombras. Así, nos hemos vuelto miopes para
comprender el mundo ¿No es hora de que los seres humanos —y los latinoamericanos
en particular— demos un salto cuántico y entendamos que, por la forma
en que este juego está erigido desde su base, no nos liberará? En tanto las revoluciones
sigan enclaustradas en este patrón, no serán todo lo liberadoras que prometen
ser. Serán miopes, y, por lo tanto, en algún grado, opresivas. Porque una
mirada miope nunca transformará el mundo más allá de su estrecho campo de
visión. Solucionará problemas, algunos muy graves, es cierto, pero creará otros, a
veces más graves que los que solucionó. Y eso es lo que ha ocurrido con nuestras
revoluciones latinoamericanas.
Este seminario es una invitación a conocer y comprender varias revoluciones
clave en la historia contemporánea de América Latina. Navegaremos en ellas
ofreciendo datos fácticos de los procesos y eventos históricos que las configuraron.
Pero también nos moveremos con libertad a través de esa red de múltiples
«ismos» que hemos creado los latinoamericanos y los habitantes de este planeta
para comprender y transformar nuestra realidad. Y lo haremos tratando de reconocer
tanto sus luces como sus sombras.

José Ignacio Martínez
Lunes 18:30 hs